A
partir del 14 de enero de 2012 se fortalece un modelo de organización política,
económica y social, fundamentado en la remilitarización/poder del Ejército, la
apuesta por las inversiones extractivas y la transnacionalización de la
economía, la concentración de la toma de decisiones (autoritarismo), la
ideologización conservadora y el uso institucional de la violencia. Este
modelo renueva y actualiza el pacto histórico oligarquía-ejército, adecuándolo
al contexto nacional e internacional. A diferencia del momento precedente
(transición democrática, vigencia
–formal- de Acuerdos de Paz, gobiernos civiles), el actual pacto de
elites es visiblemente autoritario, tanto en el fondo como en la forma
(desconoce leyes y procedimientos, apuesta por el ejercicio unipersonal del
poder), se basa en la identidad y el poder militar, al apoyarse en el Ejército
o sectores del mismo, y restringe en la práctica libertades y derechos. El pacto incluye a grupos criminales, cuenta con
el Partido Patriota como operador político, y se apoya en la anuencia explícita
o silenciosa de transnacionales y gobiernos conservadores de Europa, Centro y Sudamérica,
así como de la administración estadounidense.
La
renovación/reconfiguración no implica cambios radicales con la etapa anterior,
sino la agudización de los rasgos autoritarios y la adaptación a las nuevas
realidades económicas y políticas, especialmente:el
incremento del volumen y el poder de la economía criminal (trata de personas,
narcoactividad, contrabando de armas y otros) hace que el pacto
oligarquía-ejército sea, en sentido estricto, pacto capital tradicional y capital emergente criminal con sectores
militares, el
golpe de estado de Honduras, junio de 2009, legitima soluciones de fuerza, al
margen de la ley, y el retorno del Ejército como árbitro y actor fundamental de
poder político, la
derechización de los gobiernos y las sociedades europeas se convierte en
soporte político fundamental del neoautoritarismo.
El
modelo en desarrollo define un nuevo ciclo histórico. Anula, en primer lugar,
el modelo de estado y el modelo de sociedad diseñado en los Acuerdos de Paz
(los que, en cualquier caso, no lograron concretarse), al reducir por enésima
ocasión las funciones y el poder del Estado, subordinar los actores sociales a
los mercados y simplificar la democracia: las elites políticas y el presidente
del Ejecutivo acumulan funciones y decisiones, en un marco de
hiperconcentración del poder.
En
segundo lugar, implica el fin de la transición democrática iniciada con la
conversión de gobiernos militares a civiles y la promulgación de la
Constitución de 1985: avala el retorno de militares a la gestión del poder
político y el control de instancias de gobierno.
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